Crítica: "Origen" Sueño hecho realidad


Christopher Nolan deja respirar a Bruce Wayne para regalarnos un tremendo espectáculo a todos los niveles. Un blockbuster vertiginoso nacido para marcar una tendencia a seguir. Una maravilla, en definitiva.

Dominic Cobb (Leonardo DiCaprio) es un sofisticado ladrón de información; su mérito no es pequeño, porque sustrae lo que necesita directamente del cerebro de sus objetivos. “Origen” es la película del año. Y lo es porque, más allá de lo sobresaliente de sus méritos cinematográficos, aterriza en un momento en el que la industria ─en resultados y calidades─ no está en su mejor momento, motivo por el que no podemos sino celebrar una propuesta que no es un remake, una secuela o una adaptación, no busca el efecto de la tridimensionalidad y no da la impresión de que su hinchado presupuesto sea una excusa para que los gerifaltes de las majors nutran sus cuentas corrientes. Por todo eso, y por mucho más, lo nuevo de Christopher Nolan es lo mejor que podía pasarnos a quienes a diario suspiramos por los espasmos ─¿estertores?─ de nuestro arte favorito.



Si los hermanos Wachowski nos proponían una realidad inducida, Nolan nos invita a bucear en un viaje alucinante al interior mismo del subconsciente. Regresan las recurrencias del cineasta acerca de la fragilidad de la mente, de la debilidad de la memoria, de la fantasía palpable, pautas que forman parte de su filmografía más allá ─o de otro modo, más bien─ del héroe de Gotham; encuentra en ese análisis, además, el que quizá sea el gran acierto del film: su genialidad abarcable, que solicita del espectador una atención plena para recompensarle con un guión densísimo, lleno de capas y narraciones superpuestas pero asumibles ─en su mayor parte, al menos─ en un primer y gozoso visionado. Alternando el ritmo sin convulsiones pero con emoción, entre la solidez del thriller corporativo y los arrebatos de fuego y plomo indispensables en un blockbuster de tamañas proporciones, el cineasta disfraza de armatoste de género una historia en la que todo se reduce al íntimo amor recordado del tormentoso protagonista.



Es en esa familia soñada donde se asienta toda la trama, en las caras ocultas de unos niños alejados de su padre por una idea ─la idea─ que arraigó con fuerza imparable en la mente de la esposa (Marion Cotillard), ahora lo más parecido a una araña que anida en el fondo de un pozo onírico a la espera de una víctima fuertemente prevenida. A medida que la (sin) razón se abre paso, espectacularmente ralentizada en un discontinuo espaciotemporal de pesadilla, la extraordinaria motivación de Cobb ─fabuloso DiCaprio, en un momento profesional casi insultante en su facilidad interpretativa─ se convierte en arma de toque capaz de provocar la destrucción física y mental de sus compañeros, sumidos todos en un Hades tan palpable como ficticio, tan definitivo como inabarcable. Y en su pirueta conclusiva… la invitación a que la subjetividad de cada cual juegue para rellenar un puzle esplendoroso. «Cuanto mayor es el problema, mayor es la catarsis». Y en nuestra mente, otra idea enraizada: Nolan es un artista.

Calificación: 10/10

Font: "La butaca"

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